

LA TIERRA DEL CÍRCULO SEPTENARIO

BIENVENIDOS VIAJEROS



SOBRE LAS TIERRAS
Si este libro ha llegado a ti,
has de saber que no fue por azar.
Eres parte de la nueva estirpe de seres humanos que, en este ciclo presente,
moran en la galaxia Vía Láctea, sobre un mundo al que llaman Tierra.
Mas esta historia no nació aquí.
Antes de la Tierra de la Vía Láctea, existió otra Tierra:
la Tierra del Círculo Septenario,
en una remota galaxia llamada Aitherios.
Allí floreció una civilización de hombres y mujeres esclarecidos —los bartanos—,
quienes alcanzaron la comunión perfecta entre la ciencia y el espíritu.
Sus cuerpos eran conciencia viva;
su energía, un aliento del mismo universo.
Pero aun en aquel estado de sagrada armonía,
la sombra encontró fisuras en el alma,
y surgieron los Deos de Tenebris,
fuerzas del caos que se alimentaron del miedo
y prolongaron el reino de la oscuridad.
Lo que ahora estás por conocer proviene de ese tiempo olvidado,
de una era más antigua —y más sabia— que la tuya;
ofrecido a esta nueva oleada de humanidad
para que, tal vez, en esta era,
el ciclo sea al fin completado.
Caelis
MAC de la Orden de Erhaben
Guardián del Conocimiento Vivo

FRAGMENTO DEL PRIMER CAPÍTULO
Desde el bosque sagrado del Monte Nacnón, los monjes Deeptas, milenarios formadores de reyes y reinas, arribaron a las puertas del castillo real de Erhaben en búsqueda de Aurora. Vestidos con túnicas doradas y el rostro oculto bajo amplias capuchas, envolvían el espacio a su alrededor con un halo de solemnidad inconfundible. Su presencia era un mandato inequívoco, por lo que no se requería ninguna explicación y las palabras carecían de sentido. El momento que Aurora esperaba desde su infancia había llegado: debía suceder a su padre, Arasht, en el trono de Erhaben.
Aurora sintió cómo su rostro palidecía y, de inmediato, una visión se apoderó de ella: el rostro de un hombre joven, con atribulados ojos marrones y cabello castaño largo que caía sobre su cara sucia, apareció en su mente mientras sus miradas se encontraban en un momento de desesperación. El hombre la protegía, y, a su vez, se enfrentaba solo, con la ayuda de una lanza, contra decenas de guerreros de rostros tenebrosos y sin rasgos nítidos, que no parecían pertenecer a ninguno de los siete mundos. El campo a su alrededor ardía en llamas y el humo sofocaba sus pulmones. Aunque lograban escapar, Aurora sentía cómo sus fuerzas se agotaban, y mientras caía al suelo vencida, veía cómo aquel hombre le gritaba sin que pudiera escucharlo. Solo una palabra quedó grabada en su mente: “Michael”, el nombre que ella gritaba con desesperación.





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